jueves, 20 de enero de 2011

GRANDES EXPECTATIVAS


¡Bienvenidos al 2011! Es cierto que la frase pierde sentido después de la primera semana del año, pero con el tiempo avanzando a un ritmo vertiginoso –o así se siente– deberíamos darnos el placer de saborear el comienzo de un nuevo ciclo planetario con un poco más de calma. Existen muchos propósitos redactados para el año que comienza, muchos asuntos pendientes, muchas expectativas sobre lo que podemos lograr (o, incluso, perder) a lo largo de esos 365 días… para todo ello, sería aconsejable reducir las revoluciones a nuestra vida diaria, respirar un poco, y darle su tiempo a los asuntos prioritarios de cada uno, comenzando por los sueños aplazados. De lo contrario, inadvertidamente llegará el Año Nuevo chino en febrero, el Año Nuevo judío en septiembre, y el 2012 estará a la vuelta de la esquina, mientras el mundo se pregunta si los mayas –y sus intérpretes– tenían razón, y todos tendremos los nervios crispados esperando el anunciado fin.

Al margen de las predicciones fatalistas, el comienzo de un nuevo año trae consigo una reflexión sobre todas esas cosas que esperamos ver realizadas. Y eso resulta especialmente cierto después de dejar atrás un año como el 2010, durante el cual sucedieron varios hechos que atrajeron la atención mundial. ¿Será que este año, que apenas comienza, soportará nuevos desastres naturales como los ocurridos en Haití y Chile? ¿Será que veremos nuevos actos de valor, solidaridad y resistencia humana como los vistos con los 33 mineros chilenos atrapados en la mina San José? ¿Será que veremos a los dos países de la península coreana comenzar diálogos que lleven a un acuerdo de paz, o tomarán el camino opuesto? ¿Será que el “Supremo Líder” de Corea del Norte sobrevive un año más dando guerra a Occidente? ¿Será que la situación política y social de Afganistán e Irak se define de alguna manera? ¿Será que más países del mundo reconocerán a Palestina como un Estado libre e independiente? ¿Será que Israel lo reconocerá algún día? ¿Será que algún régimen totalitario –o casi dictatorial– cae en algún lugar de Asia, Africa o América Latina? ¿Será que esos regímenes seguirán ocultándose tras una fachada democrática?


Muchos coincidirán en que un asunto pendiente desde el año pasado, que requiere atención prioritaria mucho antes del desastre natural, es la situación de Haití. En los momentos que siguieron al terremoto de enero, todo el planeta tendió su mano, de distintas maneras y cada uno según sus posibilidades, para auxiliar a los sobrevivientes. Pero resolver la situación de Haití, que no es otra cosa que un terrible estado de deterioro de sus instituciones, su economía, su infraestructura, sus estructuras sociales, sus valores y su autoestima como nación –todo ello agravado tras el terremoto– requiere de un gigantesco esfuerzo mundial que se sostenga en el mediano y largo plazo. Ese esfuerzo significa brindar los elementos básicos a la sociedad haitiana –agua potable, alimentos, vivienda, salud y educación– para guiarlos en el proceso de reconstruir su país, en todos los frentes y por ellos mismos. Eso requeriría de muchas manos amigas del exterior, y de una veeduría internacional que realice un seguimiento cuidadoso en cada área de trabajo. Eso sí, contando siempre con el pueblo haitiano. Tal vez sea por eso mismo que la reconstrucción no avanza. Seguramente no se moverá ningún dedo (y ningún dólar o euro) hasta que la situación política de Haití se resuelva tras unas polémicas elecciones. Y si a eso se suma el regreso de Duvalier y los anuncios de J. B. Aristide, la confusión de tiempos pasados seguirá sumiendo en la postración a un pueblo del Caribe que no supera su pasado ni logra avistar un mejor futuro.

Los desastres naturales suelen, por desgracia, tener algún protagonismo todos los años, y resulta inevitable que volcanes, tsunamis, terremotos, huracanes y, más recientemente, sequías y lluvias desproporcionadas (¿por el calentamiento global, tal vez?) tengan un alto costo material y humano. Pero los grandes cambios políticos, aunque muchas veces esperados, pueden ocurrir de maneras inesperadas y tomar direcciones no previstas. Podría ser que la llegada de un nuevo “líder supremo” a Corea del Norte brinde algún grado de apertura al mundo, o incluso algo mejor: un tratado de paz con sus vecinos del sur. Por desgracia, el temperamento familiar de los Kim norcoreanos podría llevar también al escenario contrario. También podría ocurrir que afganos e iraquíes encuentren en líderes no radicales a sus guías para reconstruir a sus países, y que los esfuerzos por generar un estado de anarquía se vean cambiados por esfuerzos para construir todo aquello que haga falta para un mejor nivel de vida en esos países, sin menoscabar su patrimonio cultural y religioso. Lástima que la anarquía resulte un camino tan fácil y provechoso para algunos “señores de la guerra”…

Las vías democráticas podrían causar verdaderas sorpresas, como la radicalización del electorado estadounidense por culpa de unos pocos influyentes tan animosos como una fiesta con té –para desgracia de Obama y su partido–, o el despertar del electorado venezolano gracias a aquellos que creen que el “proyecto socialista” del presidente Chávez no es la única vía para hacer de Venezuela un mejor país. Ya esta probado que no hay dictador que viva cien años, ni pueblo que soporte por tanto tiempo las represiones de un régimen. Los primeros días del año han demostrado eso en Túnez, que tiene una oportunidad de oro para aplicar los principios de la democracia a su gobierno, y otro tanto podría ocurrir con varios países a lo largo y ancho de Africa, donde sus sempiternos presidentes creen que sus designios se cumplirán incluso desde la tumba. ¡Cuántas cosas podrían pasar en este año 2011! Y eso sin hablar del arte, la ciencia, la cultura, los deportes, y cuanto escándalo suele cautivar a todos aquellos que sucumben al encanto de los medios de comunicación. Por fortuna, parece que habrá WikiLeaks para rato.

Nota al margen: Hace tres días, el 17 de enero, se conmemoraron cincuenta años del asesinato de Patrice Lumumba, primer ministro y líder de la independencia del Congo. No se ha escuchado ningún comentario sobre este hecho, especialmente vergonzoso para Bélgica debido a que sus dirigentes fueron los responsables de toda la trama urdida para no perder el control sobre su querida ex–colonia. También resulta comprometedor para la ONU, cuyos líderes mundiales y locales de entonces deshonraron el legado y los principios del máximo organismo mundial en pos de satisfacer oscuros intereses. Y varias potencial occidentales también deberían sentir vergüenza, por ser parte –activa o pasiva– en las desgracias del Congo entonces, incluida la muerte de Lumumba. Todos ellos tienen las manos manchadas de sangre, mientras el Congo no ha cambiado mucho –tan sólo de dictadores y de nombre– en cincuenta años, y la memoria de Lumumba sigue sin ser rehabilitada. ¿Será que la Historia, como la Justicia, tendrá que seguir con los ojos vendados? Dios no lo permita.



En memoria de Patrice Lumumba, y todos los que murieron por creer que su país merecía ser algo más que una colonia de otra nación.