jueves, 20 de enero de 2011
GRANDES EXPECTATIVAS
martes, 1 de junio de 2010
PALESTINA EN LLAMAS
miércoles, 11 de marzo de 2009
TIEMPO PARA LAS MUJERES… DE NUESTRO TIEMPO
Nunca será fácil escribir algo sobre los seres más especiales de la creación. Podría darse por sentado que se ha dicho y escrito de todo –desde hermosos poemas hasta chistes de mal gusto– para tratar cada aspecto de la vida en el que estos seres influyen. Picaflores anónimos de pueblo y algunos de los hombres más famosos de la historia se han visto unidos por este rasgo común: haber dedicado parte de su tiempo e inspiración para llenar de halagos su belleza interior y exterior. Igualmente, no han faltado hombres de toda época y condición que han lanzado toda clase de ataques para relegar a un segundo plano a quienes tanta presencia tienen sobre la faz de la tierra: las mujeres.
Ahora conviene hacerse esta pregunta: ¿existe algún aspecto de la vida en el que no influyan las mujeres? Pueden intentar responder, pero puede que eso requiera un esfuerzo tan grande como superfluo. Tal vez sea más sencillo responder a esta pregunta que colocar a un hombre en la situación de soportar los dolores de un parto (aunque, como no es de extrañar, el cine ya se encargo de darnos una pálida idea de esta suposición). Muchas biografías revelan la certidumbre de que “detrás de cada gran hombre hay una gran mujer”, aunque seguramente eso también aplique para algunos de los hombres más detestados de la historia. El problema se presenta precisamente allí: cuando queremos indagar sobre las vidas de muchas de estas mujeres, nos vemos obligados a verlas detrás de la vida de muchos hombres o, mejor aún, tras su sombra.
El género femenino ha ganado un enorme terreno en el camino del reconocimiento y la igualdad de oportunidades frente a los hombres, y ha luchado por recibir algo que debería poseer por derecho natural y consuetudinario: respeto. En este punto es importante resaltar que hombres y mujeres son notablemente diferentes en muchos aspectos sobre los que no es necesario ahondar, pero son algo más que dos caras de una misma moneda. Son dos partes complementarias y necesarias entre sí para permitir que la vida –y todo lo que ésta conlleva– sea posible en nuestro planeta. Ninguna de estas dos partes tiene mayor o menor derecho a forjarse una existencia, a alimentarse, a aprender, a jugar, a ser feliz, a recibir consuelo en los momentos difíciles, a actuar responsablemente frente a sus actos y omisiones. Hombres y mujeres merecen disfrutar de la libertad de ser igualmente diferentes. Pero a muchos les ha asustado la diferencia, aunque hayan convivido con ella por siglos.
El feminismo puede justificarse como un movimiento social que debía servir de contrapeso al exagerado énfasis en la diferencia a favor de lo masculino. Antes de eso, muchos poseían argumentos religiosos, científicos y de toda índole que defendían la preponderancia de lo masculino sobre lo femenino o, dicho de otro modo, que defendían el machismo como parte del orden natural de las cosas: el hombre estaba hecho para trabajar en el mundo, construirlo, destruirlo, defenderlo y transformarlo; la mujer estaba hecha para sustentar al hombre en la intimidad del hogar, para mantener el orden en la vida cotidiana y para criar a la prole que deberá conservar este orden natural. Por desgracia para muchos antepasados de la tradición cultural occidental, este “orden natural” ha tenido sus excepciones en diferentes pueblos, en diferentes épocas, y ahora la excepción se convierte en regla en gran parte del mundo. Las cosas no son tan fáciles como parecen.
Por supuesto, el feminismo no es la respuesta completa al dilema. Enviar al hombre a la cocina mientras la mujer va a la oficina puede transformar el mundo, pero no ayuda a comprender la encantadora diferencia entre géneros. La dignidad, la libertad y el respeto por el que muchos hombres han luchado no tendrá sentido, ni será heredable, si no los defendemos en aquellas que siempre nos han apoyado en estas luchas y han compartido nuestros sufrimientos. Vivir en tiempos mejores debería ser posible si tenemos el valor de derribar las barreras académicas, laborales y sociales entre géneros, si somos capaces de cuestionar las costumbres, palabras y acciones que menosprecian a las mujeres, si rescatamos nuestra virilidad para defender a las mujeres de agresiones físicas, sicológicas y sexuales. Apreciar su variadísima belleza debería movernos a protegerlas de la explotación comercial como objetos de deseo, como bienes de consumo en las esquinas, como herramientas de usar y desechar en casas, fábricas y oficinas.
La discriminación hacia la mujer es un diamante que tiene muchas facetas, y a través de cada una de ellas miran defensores y detractores. Desde servir la menor porción de carne en el plato (o ninguna) a la mujer, hasta defender cuotas de participación femenina en los cargos públicos; desde obligarlas a estar acompañadas por un hombre para ir al cine o al mercado, hasta defender una participación igualitaria de la mujer en algunas religiones; desde animarlas a contraer matrimonio y sostener un hogar a muy tierna edad, hasta convertir su genero en un factor atenuante a la hora de juzgar delitos graves; desde promover todo tipo de chismes y burlas por cualquier tropiezo en sus carreras, hasta negarles cualquier posibilidad de expresión por no poseer mejores condiciones laborales o académicas. Este mundo es mucho más complejo de lo que se aprecia a simple vista, y encontrar un sano equilibrio en medio de tantas desigualdades es una tarea que la humanidad no puede desatender en ningún momento.
Sin embargo, muchas veces olvidamos que las mejores respuestas suelen estar en lo más simple. Cada ser humano, hombre y mujer, ha aprendido a vivir el momento que le ha correspondido en la historia del mundo. La gran mayoría se ha esforzado por vivir de la mejor forma posible. Y para ello, el amor, el respeto y la bondad han sido los ingredientes que han permitido superar las diferencias en la vida cotidiana y disfrutar algún grado de felicidad. Las mujeres (y los hombres) merecen más de un día feliz en el año, merecen que cada día sea algo especial, merecen disfrutar el hecho de ser parte de nuestro mundo… de ser maravillosos hombres y mujeres de nuestro tiempo.
(Pedimos disculpas si este texto ha resultado ser algo extenso. Pero debíamos encontrar una idea poderosa para regresar al mundo escrito de los “blog” en esta época del año, y recordamos que la mujer ha sido el ser más inspirador de todos los tiempos. Gracias por su comprensión, y un feliz día –todos los días– para nuestras lectoras del ciberespacio)
miércoles, 13 de febrero de 2008
UNA CUESTION DE FE
A veces resulta muy difícil romper las barreras que impiden el progreso personal y social. Aunque esta frase sea atribuida a un escritor tan amado como criticado –y aunque la frase pueda ser mucho mas antigua que él mismo–, es realmente cierto que el mayor miedo que enfrentamos es el miedo a fracasar. Y eso explica por qué algunas personas no llegan a desarrollar su talento potencial, o prefieren apoyar el de otros en detrimento de sus propias posibilidades. Ahora bien, esta situación resulta contraria al deseo del hombre por disfrutar de uno de sus bienes más preciados y discutibles: la libertad. No resulta “natural” renunciar al tipo de vida que deseo porque siempre tengo miedo a fracasar, a decepcionar, a sufrir. Parece cómodo quedarme en el estado actual de cosas y no arriesgarme a daños físicos o emocionales que podrían cambiar muchos aspectos de mi vida para bien… o para mal. En fin, es preferible la seguridad al riesgo, aunque se viva en un frustrante ahogo y en un aburrimiento terrible. Es como esperar la celebración de un aniversario en Plutón. Para nuestra fortuna, todo puede cambiar.
A veces, una sociedad ha soportado el mismo mal durante tanto tiempo que termina por acostumbrarse a él. Y así, nacen y mueren varias generaciones con la idea de vivir en condiciones que parecen “naturales”, un engaño sostenido por la indiferencia, la falta de identidad y de compromiso con la sociedad en la que se vive, por una perdida del sentido mismo de vida en sociedad. Si la violencia ha sido el ingrediente principal de este mal, entonces estará garantizado el miedo que mantendrá la situación invariable. Esto ocurre porque las personas prefieren la seguridad de una vida en zozobra que el riesgo de la muerte y el dolor por tratar de cambiar las cosas, aunque sea por medios pacíficos. Pero siempre es posible cambiar las cosas.
Atreverse a hacer algo nuevo es siempre un acto de fe. Es una disposición a creer en si mismo y en todas las cosas que podría llegar a ser si tan sólo diera los pasos necesarios, sin detenerse. Es cerrar los ojos al miedo y abrirlos al corazón, y saltar a un vacío que puede estar lleno de sorpresas. Si alguien se conoce lo suficiente a si mismo, y ha deseado fervientemente llegar a un nuevo punto en su vida, entonces estará preparado para saltar, y sabrá cuándo, cómo y dónde. Y después del primer salto, no habrá miedo que detenga. El miedo no será más peligroso que el fantasma de Canterville mencionado por un gran contador de cuentos.
Es seguro que todos, en mayor o menor medida, hemos tenido caídas y nos hemos levantado. Todos hemos cometido errores y, en la mayoría de casos, aprendimos la lección para no volver a cometerlos. La pregunta es: ¿llegó el momento de tomar esas valiosas lecciones para dejar atrás el miedo y dar el salto que cambie nuestras vidas? La fe responderá.
(Quiero agradecer a un hermoso ángel con grandes mejillas, dientes de metal y corazón de oro por inspirarme a dar este pequeño salto. Su fe en mí ha permitido la aparición de estas sencillas palabras y la aceptación de un riesgo que bien vale la pena. ¡Amo a este angelito!)