Ahora pasaré a tratar el espinoso tema de Israel y los palestinos, el cual es sumamente difícil de tratar si uno tiene inclinaciones (ya sea religiosas, emocionales o de cualquier tipo) hacia uno de los lados en conflicto. Así como sería erróneo decir que el sionismo representa el pensar del pueblo judío -aunque haya tenido una fuerte influencia sobre las comunidades judías en el mundo-, también sería erróneo afirmar que Hamas o cualquier otro grupo radical representa al pueblo palestino. De hecho, hablar de pueblos judío y palestino debería obligar a un estudio etnológico sobre la constitución de cada pueblo, tratando de mantener al margen el componente religioso de cada comunidad.
Por supuesto, el principal argumento del pueblo judío para defender su legitimidad sobre el territorio está en su fe. Las escrituras antiguas del pueblo de Israel (constituido por el Pentateuco) explican con toda claridad que ese territorio fue el escogido por Dios para que Abraham y su descendencia se asentaran. Hizo que Abraham se desplazara desde Ur (al norte de Mesopotamia, en la actual Irak) hasta el valle del río Jordán, porque esa era la tierra que Dios había dispuesto para su pueblo. Y sobraría hablar en detalle de todos los desarraigos y los retornos a esta tierra que el pueblo judío soportó durante siglos, los episodios en Egipto, Babilonia y todo lo que narran las escrituras. Y el propósito de Theodor Herzl (y del sionismo en general) es perfectamente comprensible desde ese punto de vista. El pueblo de Israel debe estar en la porción del mundo que Dios dispuso desde los tiempos del patriarca Abraham para ellos.
Ahora, es importante considerar lo siguiente: es claro que esas tierras, como cualquier tierra medianamente fértil e irrigada en Asia, estuvieron habitadas por distintos pueblos. Sería necio pensar que esa tierra era un terreno baldío que Dios cercó y reservó para que el pueblo de Israel se asentara en él. Tuvo pobladores (tal vez de un origen étnico distinto al de Abraham, tal vez no) mucho antes de la llegada de Abraham desde Ur y, por supuesto, Dios ha sabido eso siempre. Ahora tengo una duda muy sencilla: Dios designo la tierra prometida para que el pueblo de Israel viviera allá, pero no recuerdo ningún aparte de las escrituras que indique la entrega de esas tierras con "exclusividad" para el pueblo de Israel. No recuerdo ninguna palabra atribuida a Dios para que expulsaran a quienes ya vivían allí, fueran quienes fueran. Puede que sea ignorancia mía pero, ¿por qué un terreno entregado por Dios como regalo no podía ser compartido con otras gentes? Siendo la tierra una de las posesiones más atesoradas por los hombres a lo largo de los tiempos, no creo en la posibilidad de un Dios que patrocine el egoísmo de esa forma. Entonces se entiende que el egoísmo proviene del corazón del hombre (tal vez de estos primeros judíos, ¿por qué no?), y fue ese egoísmo el que lo llevó a desterrar a sus semejantes... que no conocían a ese Dios. Pero no conocer a Dios no es razón suficiente para ser desterrado, ¿o sí?
Durante el tiempo que el pueblo judío estuvo alejado forzosamente de la Tierra de Canaán, mejor conocida como Palestina gracias a los romanos, el territorio indudablemente no quedo vacío (y menos tratándose de una breve franja fértil en medio de zonas áridas). En esos largos períodos de ausencia, la tierra debió ser colonizada y aprovechada por varias comunidades étnicas que, por cierto, no me propongo estudiar aquí. Finalmente, durante la diáspora, esas comunidades tuvieron suficientemente tiempo para asentarse, aunadas por un nuevo elemento aglutinador, la religión surgida en tierras árabes de la prédica de un profeta llamado Mahoma. Si a las diferencias étnicas y de tradición histórica sobre la posesión de un terreno se suman las diferencias religiosas, entonces el asunto se complica irreversiblemente. Y eso sin mencionar el surgimiento del cristianismo y todo lo que ello pueda conllevar.
Aparte de todo esto, puede que al sionismo le asistiera algo de razón en su propósito de recobrar su espacio en la tierra de Canaán, por toda la evidencia histórica y religiosa ya mencionada. Pero el asentamiento de los judíos en Palestina debió hacerse de manera gradual y, ante todo, respetuosa de las muchas generaciones de pueblos palestinos que habían nacido, crecido, vivido y muerto en esa tierra; generaciones que, seguramente, habían creado sus propias tradiciones y explicaciones religiosas que los unían a esa tierra en particular, incluso desde mucho antes que ocurriera la invasión romana. Sin duda, la creación del Estado de Israel fue la mayor compensación que el mundo occidental brindó entonces por la perdida de millones de vidas judías inocentes durante el Holocausto, un hecho a todas luces repudiable. Pero fue política y socialmente apresurado, y el costo de querer subsanar parte de la culpa por el Holocausto con un terreno para un Estado judío, sin considerar a los miles de palestinos no judíos asentados ahí, siguen pagándolo las generaciones actuales que se desangran sin piedad por el prójimo.
Para hacer honor a la verdad, todo lo dicho anteriormente fue desarrollado hace unos meses, como parte de una reflexión a la que fui empujado por un buen amigo. Y lo he traído a colación porque otra vez, como suele suceder en esta parte del mundo, un hecho de violencia ha sacudido la atención mundial. Una flotilla de barcos que llevaban asistencia humanitaria para los habitantes de Gaza –territorio bloqueado por Israel desde hace tres años– fue asaltada en aguas internacionales por las Fuerzas Militares israelíes, quienes causaron la muerte a nueve personas y capturaron los barcos y sus ocupantes. Esta agresión contra una misión humanitaria ha causado rechazo unánime en el mundo, como debe causar rechazo cualquier acto de violencia contra civiles. Pero actos como este, o lanzar cohetes contra asentamientos judíos, o sitiar un territorio lleno de civiles, y otras tantas agresiones –vengan de donde vengan– no conseguirán solucionar el problema que desangra a Palestina.
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